Arde Chorrillos

Niños asesinados a puntapiés, estrellados contra las paredes o volados en mil pedazos. Abuelas enloquecidas de dolor muertas a culatazos, mujeres quemadas vivas en sus casas, y madres humilladas por soldadesca delincuencial. Ancianos fusilados casi por diversión, Uno a uno los habitantes de Chorrillos cayeron ya por el jirón Arica, por la avenida Castilla, o por la Plaza Matriz.

El 13 de enero de 1881, el Perú tuvo uno de sus momentos más trágico de la historia republicana, la Batalla de Chorrillos. Nada pudo impedir que los chorrillanos miraran la muerte cara a cara, incluso los hombres jóvenes y adultos, organizados en las líneas de defensa, tuvieron un final igualmente trágico. Enfrentando una lucha desigual, tres mil contra treinta mil. Unos dejaron sus cuerpos en el Morro Solar o en los arenales de San Juan, otros fueron asesinados después de ver violadas a sus mujeres y destruidas sus propiedades, y otros fueron obligados a tirarse del malecón al precipicio. Viendo la actual apacible avenida Olaya, o el soleado Malecón Grau -dos de las principales arterias del distrito de Chorrillos- nadie imaginaría que esos fueron algunos de los escenarios en los que sucedieron hechos como los descritos arriba.

El desinterés es comprensible, los cursos de historia en la escuela son extrañamente puntillosos en la cantidad de caballos y municiones, si las armas, si eran Chassepot o Peabody, o si los cañones eran Krupp o Armstrong, o qué tan modernos eran los rifles tanto del enemigo como de los patriotas. En ningún momento nos acercan a situaciones concretas de sufrimiento, heroísmo o estupidez, que son fácilmente reconocibles en el caso de la Batalla de Chorrillos.

Sin embargo, de aquella tragedia no se salvaron ni los extranjeros que vivían en el balneario. El jirón Bellavista sería testigo del fusilamiento de trece bomberos italianos de la estación Garibaldi, por prestar ayuda a los ranchos que se incendiaban y por ser confundidos con una unidad especial del Ejército Peruano, ya que sus uniformes tenían distintivos que lucían como si fueran una milicia.

Hoy 139 años después, las calles de Chorrillos son transitadas por una bulliciosa multitud de veraneantes que invaden lugares de importancia histórica, en los que con un poco de calma podrían reconocer los pocos edificios que quedan de aquella época. Pero… ¿qué motivó a la soldadesca chilena para que tuviera una actitud tan desenfrenada en este pueblo? El siglo pasado, en la imaginación de los países vecinos, el lujo y la ociosidad aristocrática tenían un nombre: Chorrillos. Los cronistas y viajeros europeos de esa época no se cansaban de comparar el balneario de San Pedro de los Chorrillos con los lugares más elegantes de esparcimiento del viejo continente. Los alemanes decían que era igual al aristocrático Baden Baden, los franceses veían en Chorrillos una réplica de su Biarritz, y los ingleses afirmaban que aquí había más lujo que en Brighton, lugar de veraneo de la nobleza. Una comparación moderna pondría al Chorrillos de 1881 al mismo nivel que Ibiza en la España actual, Acapulco en México, Miami Beach en Estados Unidos o tal vez Viña del Mar, en Chile.

EL CADALSO CHORRILLANO.

Como sea, el paraíso a la vez bucólico, elegante y parrandero que fuera Chorrillos alguna vez, fue destruido por las tropas chilenas en un solo día, el 13 de enero de 1881. Ese día, desde las 5 de la mañana hasta las 11 de la noche, desaparecieron parques con esculturas italianas, ranchos con alfombras orientales, salones con cortinas inglesas, jardines con plantas importadas de Filipinas y la India, maderas talladas, piletitas de puccis (angelitos meones) puestos para calmar la sed de los transeúntes y una iglesita decorada con lo más fino que feligreses adinerados le donaron.

Todo esto distribuido en un área de no más de 50 manzanas desde la actual bajada de Agua Dulce, junto al puente Tenderini, hasta la entrada al serpentín de La Herradura, y desde el malecón hasta la calle Paraguay, junto al estadio Municipal. Población estimada apenas en 3,000 personas. Vistas así las cosas, en la imaginación de una tropa invasora, la concentración de riquezas de Chorrillos se presentaba como la recompensa a una campaña prolongada, llena de incomodidades a lo largo de un año y en medio de combates. Motivados con un saqueo ofrecido y promovido desde su salida de Santiago, las tropas chilenas quedaron deslumbradas ante el lujo que vieron en Chorrillos, el descontrol fue tal que incluso hubo enfrentamientos entre soldados y oficiales del ejército chileno, provocados por la ambición de ambos de robar los objetos de valor, provocando que se asesinaran entre ellos. El saqueo era inevitable, los crímenes de guerra cometidos contra una población inerme también.

José Briceño Abanto.