(RELATO): Sebastián, la voz de un chico acarreado por el terrorismo

Hola… quizá muchos no me conozcan, pero, aún en la peor de las situaciones, lo cortés no quita lo valiente. Me llamo Sebastián, Sebastián Robles. Tengo 17 años, o al menos los tenía la última vez que alcancé ver los rayos del sol. Ahora, pues no sé, hace mucho tiempo que dejé de contar el paso de los días.

¿Saben? He sido un tonto. Llevar encerrado tanto tiempo en este lugar me ha dado que pensar, y es que me dejé guiar tontamente por mis instintos de joven inexperto, de aquel muchacho que ignoraba por completo la magnitud de la palabra “terrorismo” en un país como el mío, de uno que, confiado por haber “vencido” y enamorado a la chica de sus sueños, se dejó devorar por sus peores temores, unos que ni en mis peores pesadillas habría pensado vivir.

Yo lo tuve todo. Tenía una familia que, pese a sus problemas, sabía sobresalir adelante por el bien de sus seres queridos. Tenía amigos, quienes, pese a haberme dado la espalda en un primer momento, nunca dejé de querer y mantener al margen por su seguridad. ¡Tenía una vida! Una que, pese a haber estado rodeada de simpleza, en el buen sentido de la palabra, era del todo gratificante para mí. Hoy por hoy, ya no tengo nada de eso. Hoy estoy solo.

Recuerdo nuestro primer encuentro. El tipo ese se hacía llamar Cheren, y me atacó junto al resto de su pandilla en una de las avenidas de las Flores, a la salida de un mitin organizado por un partido político. No tuvo reparos en atacarme a diestra y siniestra, dañarme psicológicamente, humillarme frente a mi mejor amiga, mucho menos en mancillar mi estatus como ciudadano al tildarme de “sobrante” frente a los ideales que abarcaba su agrupación, una que planeaba usar a gente como tú, como yo, como el resto de nosotros, para llevar a cabo sus sombríos planes, alegando que “lo hacemos por el bien de las personas. Defiendo lo que es justo. Nosotros no somos como el resto de grupos que se llenan la boca de mentiras, no, nosotros si buscamos un cambio, uno sin pecadores ni agresores”… jejeje, hasta ahora me sigo pareciendo gracioso el hecho de decir que buscaba un mundo sin agresores, considerando que hizo uso de la fuerza en contra mía, solo por no pensar como él.

Poco después, y gracias a la ayuda de mi tío, quien funge su labor como oficial de la policía, supe que su agrupación era responsable los diferentes atentados sufridos en mi país, por lo que fuimos a plantarles cara. Yo, un joven de quinto año de secundaria, envuelto en líos de mayores, todo por considerarme necesario al haber sido atacado por ellos, bueno, eso y otras cosas más. El punto es que los derrotamos, desbaratamos los planes de su líder, pero este logró escapar, dejando a mi tío muy mal herido, y poniendo al descubierto todo nuestro implacable trabajo de investigación en su contra. Fuimos presa de los medios locales, nuestros rostros salieron en televisión, no hicieron más que ventilar nuestras identidades y exponer a nuestras familias. No sé por qué no pensé en ello en primer lugar, en vez de alejarme de mi mejor amiga, disque para protegerla.

Sin embargo, lo que vimos no era más que la punta del iceberg. Las consecuencias de mis actos se vieron reflejadas en aquel episodio oscuro para mi nación. Dos colegios fueron atacados por la agrupación neo-terrorista, uno del que nunca tuve conocimiento hasta verlo en la prensa local, y posteriormente el mío…

Nunca olvidaré los gritos de las víctimas, nunca olvidaré sus muertes, todavía lloro pensando en ellos. Todo fue mi culpa, ¡Lo siento!… Cada uno de mis amigos fueron, o abatidos por los jóvenes asesinos o secuestrados para formar parte de las filas sendistas, todos y cada uno de ellos fueron víctimas de la barbarie. Intentaron defenderme hasta el final, y fue ahí que descubrí lo ilusos que podían llegar a ser. ¡Ellos seguían confiando en mí! Creían en la falsa idea que les vendí, una en donde solo yo podía acabar con el terrorismo, y es que, luego de verme en televisión, creo que era lo único a lo que se aferraban, pero los defraudé.

Hoy me encuentro aquí, postrado sobre una silla de madera vieja, con los ojos vendados, la respiración entre cortada y el cuerpo lastimado. He sido víctima de múltiples maltratos, he rogado para que pongan fin a mi martirio, pero no lo hacen. “¡Te mereces esto y más! Serás nuestro afilador de cuchillos, joven asesino”, me dicen cada cierto tiempo. No puedo escapar, apenas y sé el nombre del lugar en el que me encuentro. Dicen que se llama “El Reclusorio”

Lo he perdido todo. Solo sé que, pese a recibir abusos constantes en este lugar, ya nada se compara al enorme vacío que tiene mi corazón. La ausencia de todos mis seres queridos, la culpa que siento, el dolor de haberlo perdido todo, luego de recibir la gloria, no son más que meras sensaciones banales, sensaciones que duelen, y vaya que si lo hacen.

Hoy ya no soy nada. Aprendí de la grandeza y la desgracia, el trasfondo de la palabra terrorismo. Hoy me comparo a un zombie. ¡Estoy muerto en vida!

I.P.B